martes, 4 de agosto de 2009

Urbanismo Mexicano. Siglos XVIII y XIX

Daniel R. Martí Capitanachi.


La Ilustración del siglo XVIII prepara el surgimiento de la razón como rectora del desarrollo científico y el advenimiento del industrialismo como fenómeno de amplias repercusiones sociales durante el XIX. La ciudad se convierte entonces, en una posibilidad de conducir a los individuos hacia una vida determinada por el goce de los beneficios de la ideología racional aplicada al campo de las ciencias y el crecimiento tecnológico.

Esta idea de crecimiento y ascenso, constituye la materia prima de toda concepción ideológica que se proponga provocar un cambio positivo en el contexto social, mediante la introducción de fórmulas y soluciones para adaptarlo a los requerimientos del individuo y la colectividad. Por lo que el urbanismo explora otras posibilidades, adaptándose a la nueva corriente progresista del pensamiento positivista, a fin de superar los cánones establecidos, diseñando esquemas congruentes con las nuevas necesidades de la ciudad.

Proveniente de España, en México, el liberalismo promovido en Europa por Locke, Rosseau y Montesquieu, influye las mentes del movimiento independentista de 1821, encuentra en la política defensores como José María Luis Mora e Ignacio Ramírez, y durante la época de Benito Juárez, por medio de las Leyes de Reforma, se convierte en una fuerza capaz de imprimir profundos cambios en el orden social, así como en la concepción del espacio vital como la premisa principal del desarrollo urbano, proyectándolo sobre la organización misma de la ciudad, transformándola en la representación gráfica de una idea diferente de la libertad individual y del nuevo significado del derecho de propiedad como expresión de esa libertad.


La utilidad preconizada por Bentham como principio de organización de la ciudad, favorece el ejercicio de la libertad individual y la dota en su expresión de un fin constituido por la felicidad, expresión que se traduce durante el siglo XIX, en el constante mejoramiento de las condiciones urbanas de vida para las personas.

“El neoclásico mexicano surgirá de la aclimatación de los antecedentes que hemos delineado en la primera parte. Habrá aspectos que no se compartan con el neoclásico de otras latitudes, pero en el fondo dominará ese espíritu de progreso que caracteriza a los países europeos y a las élites de los territorios americanos de los siglos XVIII y XIX. Europa será un referente obligado no solo en el ámbito del urbanismo, sino en toda manifestación cultural.”

“Los artistas neoclásicos que van produciendo su obra conforme avanza la segunda mitas del siglo XVIII, observan con mayor detalle la Antigüedad para inspirarse. La fiebre por conocer e imitar el urbanismo y la arquitectura romanas se agudiza tras los descubrimientos de las ruinas de Pompeya, ciudad que fue sepultada por las cenizas del volcán Vesubio en el año 79, y explorada sistemáticamente entre 1748 y 1763. el urbanismo neoclásico también fue alimentado por el descubrimiento de Herculano (1738) y los correspondientes trabajos de excavación verificados entre 1806 y 1814, y después, entre 1869 y 1876, así como por la publicación de la obra Antigüedades de Atenas, de Stuart y Revett, libro que definió más claramente para los europeos las diferencias arquitectónicas entre Grecia y Roma.”

“El urbanismo neoclásico mexicano nace en esta transición entre la Ilustración y las doctrinas que serán depuradas durante el siglo XIX, a saber, el liberalismo y, más tarde, el positivismo. Como tendremos oportunidad de ver, la modernización de la Ciudad de México deberá a estas ideas mucho de su expresión formal.”



“Así pues hemos dividido la época neoclásica de la ciudad de México en tres periodos de acuerdo con la lectura que se puede hacer del conjunto urbano: hemos llamado, al primero, el período de la ciudad centralizada (1770-1852), cuya característica es la guardar a la Plaza Mayor como núcleo; al segundo lo hemos llamado ciudad bipolar (1852-1877), en la que, además de la Plaza Mayor, aparece Chapultepec como un polo urbano estructurador, y al tercero ciudad en expansión (1877-1911), por tratarse de una ciudad que se ensancha sin restringirse al entorno de los dos polos anteriores.”

“En 1770, ante los ojos de los peninsulares que van llegando a la Nueva España, la ciudad es tan impresionante como incomprensible. Por un lado, posee una estructura vial perfecta, envidiable, inigualada por ninguna ciudad europea; su ortogonalidad es asombrosa y en tal geometría los visitantes no pueden sentir sino la presencia del orden. México es una ciudad ordenada de manera acorde con los sentimientos absolutistas de los Borbones, pero por otro lado, la ciudad es un asco, un amasijo de basura y podredumbre donde las aguas se estancan y la gente se corrompe en todos los vicios. Además está dividida en traza y barrios y en los terrenos de estos últimos los problemas se acentúan porque ni siquiera existe la impecable geometría de la traza.”

“En lo económico, hacia fines del siglo XVIII el virreinato se verá favorecido por la producción minera, mientras que en lo político se contará con la solidez de la casa de Borbón, y con la depuración de un pensamiento ilustrado familiarizado con la transformación urbana.”

“Dicho de otro modo, las nuevas necesidades políticas y culturales exigirán un nuevo orden urbano, construcciones nuevas o adaptadas a los discursos del momento. Adelante veremos las implicaciones funcionales y estéticas de un eventual urbanismo nacionalista.”

“Preocupaciones formales

a) Unidad: como en el caso del urbanismo clásico, la ciudad deseable es percibida como una unidad. No faltarán las propuestas de amurallar la ciudad o de delimitarla con una acequia definiendo con ello sus límites unitarios. Durante el siglo XIX la ciudad perderá esta impulso homogeneizador a favor de otro que tienda a zonificar la aglomeración urbana en función del nivel económico de los pobladores y de su actividad productiva. Aún así, se notará el concepto de unidad urbana, pues cada zona cumpliría ciertas funciones específicas para el bien global a la manera en que un cuerpo se compone en órganos diferenciados.

b) Axialidad: los urbanistas intentarán trazar ejes que estructuren los nuevos asentamientos y las nuevas colonias de la capital. Un eje quedará definido como la avenida en línea recta que une dos puntos de importancia en la ciudad, así tenga que atravesar barrios y demoler obstáculos. La planta de la ciudad siempre fue ortogonal y no necesitó de este tipo de soluciones, de modo que los paseos que analizaremos, serán promovidos buscando más bien fines estéticos a imitación de lo que se producía en Europa. Sin embargo los barrios periféricos sí fueron considerados como una especie de geografía medieval que había que enderezar.



c) Regularidad: se busca que la ciudad adopte formas regulares, es decir, formas basadas en cálculos racionales, en mediciones, en figuras geométricas pronosticables. Como en el clásico, los ángulos de 90º en las esquinas son bienvenidos, o bien, los trazos largos y rectos que estructuran la trama urbana, particularmente las anchas diagonales. De esta regularidad se desprenden figuras simétricas, proporcionadas. De nuevo, el objetivo prioritario en México será regularizar los barrios periféricos.

d) Simetría: una de las manifestaciones más claras de la regularidad y de la racionalidad es la simetría en los componente urbanos, es decir, edificios que balanceen visualmente una perspectiva, manzanas que se corresponden en tamaño y forma, banquetas a ambos lados de la calle, altura similar en los edificios, materiales y colores semejantes para reforzar la regularidad de la ciudad, monumentos equilibrados en uno y otro extremos de los grandes ejes.

e) Proporción: todas las formas ejecutadas con simetría en refuerzo de la regularidad, deben, además, poseer una debida proporción. Una vez más, como en el clásico, el modelo es el cuerpo humano del que se dice que no tiene fallas: la boca y la nariz están en el eje de la cara. Los brazos y las piernas no son ni grandes ni pequeños, sino equilibrados respecto del resto del organismo. Del mismo modo, una ciudad debe cuidar la dimensión y ubicación de los órganos que la conforman. Si bien estas consideraciones son bastante subjetivas, en la visión de la época, el ejemplo del cuerpo humano pareciera ser un modelo inobjetable. Las figuras geométricas regulares serán también ejemplos de perfección: habrá quien proyecte para el perímetro de la ciudad la forma cuadrada y habrá también quien proponga que el Distrito Federal sea un círculo.

f) Perspectiva: si se cumple con los anteriores preceptos, el resultado será una ciudad más hermosa en la que se permita apreciar la belleza tanto de la ciudad misma como del entorno natural, y se exhiban adecuadamente los monumentos. Se busca que, de cuando en cuando, se de la impresión visual de que se ha generado un nuevo espacio ahí donde antes no lo había. Como dijimos en la primera parte, esta cualidad se asocia a la época barroca, en la cual los urbanistas se preocupan por crear espectaculares perspectivas.”(1)



(1)
FERNÁNDEZ CHRISTLIEB, Federico. “Europa y el Urbanismo Neoclásico en la Ciudad de México, Antecedentes y Esplandores” Instituto de Geografía, UNAM. México 2000, pp. 69-75.

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