Transcribo un artículo que, a mi juicio, es testimonio de una realidad mal entendida en el urbanismo contemporáneo, siempre tendiente a idealizar la alta concentración habitacional argumentando una mejor utilización territorial. Los resultados no siempre corresponden al discurso, y para muestra, el excelente ensayo que a continuación se reproduce, estrictamente para fines académicos/DRMC
Rodrigo Diaz.
28 Jul 2009
La receta infalible del urbanista contemporáneo:
-Ciudades más compactas (y por lo tanto más densas)
-Vivienda en altura (resultado de lo anterior)
-Mezcla de usos de suelo
-Equipamiento a distancias caminables
-Fácil accesibilidad a transporte público
-Uso masivo de la bicicleta
Si la suma de todos estos ingredientes conduce infaliblemente a un mejor modelo de desarrollo urbano, bien podría decirse que la ciudad amurallada de Kowloon City en Hong Kong debiera ser el ejemplo a seguir en todo el mundo, la máxima representación de lo que los gringos gustan de llamar Smart Growth y que se supone es el camino inequívoco a seguir en la ciudad que pretende ser sustentable en el siglo XXI. Más, después del salto.
Aunque sus orígenes pueden encontrarse más de mil años atrás en la época de la Dinastía Song (960 - 1279), la imagen que hizo mundialmente famoso a este barrio comienza a construirse a mediados del siglo pasado, cuando el singular estatus jurídico de la zona (un enclave chino inserto en una jurisdicción británica) posibilita que miles de personas comiencen a agruparse en edificios construidos literalmente uno encima del otro teniendo como única restricción el no sobrepasar los 14 pisos de altura para así no interferir en el despegue y aterrizaje de los vuelos del aeropuerto internacional de Hong Kong.
Lo demás era libertad total para construir, y eso se materializó en una forma monolítica de 2.6 hectáreas de superficie que a finales de los ochenta alcanzó a albergar a más de 50 mil personas, convirtiéndose en el lugar de mayor densidad habitacional que haya conocido la humanidad. Sólo para ponerlo en perspectiva, una densidad de esa magnitud equivale a colocar toda la población de la Quinta Región en las poco menos de 80 hectáreas del Parque O´Higgins.
Analizada en frío, Kowloon City contiene todos los elementos que el más entusiasta de los promotores de la ciudad compacta pudiera soñar: alta densidad, uso de suelos mixto, que permitía la existencia de todo tipo de comercio al interior de las laberínticas torres construidas sin ningún tipo de planos ni asesoría arquitectónica o ingenieril, ocupación máxima de la infraestructura disponible, cercanía a servicios (famosas eran sus clínicas dentales clandestinas), disponibilidad de áreas de esparcimiento - como casinos y prostíbulos - al interior de los edificios, cercanía a los sistemas de transporte público, y nula dependencia del automóvil, puesto que la gran mayoría de sus habitantes se desplazaba en bicicleta. ¿Qué más se podía pedir?
Bueno es el cilantro pero no tanto.
Las autoridades británicas y chinas no supieron apreciar las ventajas anteriormente nombradas de Kowloon City, y a fines de los ochenta deciden su demolición total. Para ser honestos, sus razones tenían: al interior de su perímetro no había ni dios ni ley, y el Estado no era más que una ficción que desaparecía rápidamente en manos de las mafias que controlaban los fumaderos de opio, los prostíbulos, los casinos, los restaurantes de carne de perro, las clínicas abortivas, y todos aquellos establecimientos nacidos al margen de toda legalidad y que satisfacían las bajas necesidades de sus residentes y afuerinos que buscaban en sus malolientes pasadizos todo aquello que el próspero Hong Kong no podía brindar.
Por otro lado, las precarias condiciones higiénicas, el hacinamiento y la promiscuidad se habían transformado en lunares demasiado visibles e incómodos para una región símbolo de la prosperidad económica oriental, que no podía aceptar en sus propias narices la imagen surrealista de la mayor aglomeración de personas que la mente humana pudiera siquiera imaginar. El término de la demolición en 1993, que deparó sorpresas que por sí solas ameritaban la creación de un museo de la informalidad urbana, dio paso a la creación de un parque sobre las ruinas, quizás como una manera de exorcizar a un área que durante décadas se transformó en un verdadero infierno sobre la tierra.
Por supuesto que nadie en su sano juicio quisiera revivir el horror urbano de Kowloon City, pero cito el ejemplo después de escuchar a muchos iluminados que repiten sin cesar que el único futuro posible de la ciudad contemporánea es su densificación, como si éste fuera un concepto bueno per se que no supiera de límites ni barreras. Cada vez que alguien dice que lo que hay que hacer en la ciudad es densificar, y si se puede densificar sobre lo ya densificado, no dejo de sentir un cierto escalofrío, porque el poner más gente por hectárea es una tarea relativamente fácil, pero hacer que esta gente viva bien es un reto bastante más difícil, que requiere adaptar la totalidad de la estructura urbana a la condición de vivir compactamente.
Quien sube densidades en un plan de desarrollo urbano de la noche a la mañana sin pensar en las consecuencias que esta estrategia puede tener comete una imprudencia cuyos costos son tremendamente difíciles de reparar en el futuro. Kowloon City es sin duda alguna una exageración, pero por algo en el imaginario popular los edificios multifamiliares siguen teniendo una muy mala imagen no sólo en este país, sino en gran parte del mundo, donde se transformaron en sinónimo de hacinamiento y promiscuidad, de rápida decadencia, de vandalismo, de desorden.
Creo que la ciudad compacta en general es mucho mejor que la extendida, pero siempre y cuando sea entendida como un todo en que cada parte tiene la densidad en la forma y niveles adecuados, lo que significa ocupar el espacio, la infraestructura y servicios de manera eficiente, aprovechando al máximo su capacidad pero sin someter a la población a modos de vida a todas luces infrahumanos, que después de todo no es nada raro encontrar fragmentos de Kowloon City en nuestras propias ciudades, esperando vaya saber hasta cuándo el día de gloria de su desaparición.
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